








El caballo | |
Un Califa de Bagdad llamado Al-Mamun poseía un hermoso caballo árabe del que estaba encaprichado el jefe de una tribu, llamado Omah, que le ofreció un gran número de camellos a cambio; pero Al-Mamun no quería desprenderse del animal. Aquello encolerizó a Omah de tal manera que decidió hacerse con el caballo fraudulentamente. Sabiendo que Al-Mamun solía pasear con su caballo por un determinado camino, Omah se tendió junto a dicho camino disfrazado de mendigo y simulando estar muy enfermo. Y como Al-Mamun era un hombre de buenos sentimientos, al ver al mendigo sintió lástima de él, desmontó y se ofreció a llevarlo a un hospital. «Por desgracia», se lamentó el mendigo, «llevo tres días sin comer y no tengo fuerzas para levantarme». Entonces, Al-Mamun lo alzó del suelo con mucho cuidado y lo montó en su caballo, con la idea de montar él a continuación. Pero en cuanto el falso mendigo se vio sobre la silla, salió huyendo al galope, con Al-Mamun corriendo detrás de él para alcanzarlo y gritándole que se detuviera. Una vez que Omah se distanció lo suficiente de su perseguidor, se detuvo y comenzó a hacer caracolear al caballo. «¡Está bien, me has robado el caballo!», gritó Al-Mamun. «¡Ahora sólo tengo una cosa que pedirte!» «¿De qué se trata?, preguntó Omah también a gritos. «¡Que no cuentes a nadie como te hiciste del caballo!» «¿Y por qué no he de hacerlo?» «¡Porque quizás un día puede haber un hombre realmente enfermo tendido junto al camino y, si la gente se ha enterado de tu engaño, tal vez pase de largo y no le preste ayuda!» Tradicional árabe |
La Peste | |
Una caravana de mercaderes y peregrinos atravesaban lentamente el desierto. De pronto, a lo lejos, apareció un veloz jinete que surcaba las arenas como si su caballo llevara alas. Cuando aquel extraño jinete se acercó, todos los miembros de la caravana pudieron contemplar, con horror, su esquelética figura que apenas si se detuvo junto a ellos. Tras una breve conversación lo comprendieron todo. Era la Peste que se dirigía a Damasco, ansiosa de segar vidas y sembrar la muerte. — ¿Adónde vas tan deprisa? –le preguntó el jefe. — A Damasco. Allí pienso cobrarme un millar de vidas. Y antes de que los mercaderes pudieran reaccionar, ya estaba cabalgando de nuevo. Le siguieron con la vista hasta que sólo fue un punto perdido entre la inmensidad de las dunas. Semanas después la caravana llegó a Damasco. Tan sólo encontró tristeza, lamentos y desolación. La Peste se había cobrado cerca de 50.000 vidas. En todas las casas había algún muerto que llorar, niños y ancianos, muchachas, jóvenes… El jefe de la caravana se llenó de rabia e impotencia. La Peste le había dicho que iba a cobrarse un millar de vidas… sin embargo había causado una gran mortandad. Cuando tiempo después, dirigiendo otra caravana por el desierto, el jefe volvió a encontrarse con la Peste, le dijo con actitud de reproche: — ¡Ya sé que en Damasco te cobraste 50.000 vidas, no el millar que me habías dicho! No sólo causas la muerte, sino que además tus palabras están llenas de falsedad. — No –respondió la Peste con energía-, yo siempre soy fiel a mi palabra. Yo sólo acabé con mil vidas. El resto se las llevó el Miedo. Popular árabe |
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El beduino enamorado | |
Un joven beduino, vagando en el desierto, vino a parar cerca de un pozo junto al cual se encontraba para sacar agua una muchacha guapa como la luna llena. El joven beduino se le acercó y le dijo: — ¡Estoy perdidamente enamorado de ti! La joven le responde: — Cerca de la fuente hay otra muchacha tan guapa que yo no soy digna de ser su sierva. El joven beduino giró enseguida la cabeza y se puso a buscarla: No había nadie. Entonces la muchacha exclamó: — ¡Qué hermosa es la sinceridad y qué fea es la mentira! Dices amarme y basta que yo te hable de otra mujer para hacerte girar la cabeza y buscarla desesperadamente. Ahmed Ibn Mohammed, siglo X |